Observó al humo elevarse lentamente hacia el techo, como una sigilosa boa… Esperó a que se desdibujara en el aire, alimentando la nube tóxica que otorgaba a aquel lugar esa atmósfera brumosa, para él, tan mágica.
Se conocieron un día por casualidad. Decidieron a golpe de miradas que se verían de nuevo. Luego él conoció su diminuto apartamento por primera vez… Y ahora, llamaba a su puerta cada domingo a las tres. Y ella abría la puerta siempre con el mismo pijama, y rara vez sonreía así en otras ocasiones.